El mayor desgarro es cuando te despides de alguien (sobre todo, cuando realmente le quieres), el momento en que giras sobre ti mismo, le das la espalda (no quieres), comienzas a caminar en dirección contraria (quieres caminar junto a él, de su mano), caminas en dirección opuesta... Es inevitable: te tienes que alejar... y continuas caminando. Caminas. Mientras tu cabeza permanece a su lado, allá donde esté. Mejor no te das la vuelta, para qué, la gente, la distancia, el mismo recorrido en sentidos contrarios. Y es la distancia la que duele, la despedida es eso, una distancia irrenunciable entre dos cuerpos condenados a separarse.
Te alejas y... continuas caminando.
La distancia.
Odio las despedidas.