viernes, 30 de abril de 2010

A contraluz


Mozas paseando por la Gran Vía (título personal). De Francesc Català Roca.

martes, 27 de abril de 2010

La mujer de aquel cuadro


El día del libro algunos regalan libros. A mí me llegó una sorpresa. Cuando murió Delibes tuve la imperiosa necesidad de volver a leerle. A los pocos días, paseando por un blog me encontré con un pequeño texto procedente de uno de sus relatos. Las palabras que ahí leí me calaron. El día del libro cayó en mis manos, y ahora sólo pienso en un momento tranquilo y largo para adentrarme en las páginas de Señora de rojo sobre fondo gris.

_ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _ _


No obstante, es ahora, a cosa pasada, cuando deploro mi mezquindad. Es algo que suele suceder con los muertos: lamentar no haberles dicho a tiempo cuánto los amabas, lo necesarios que te eran. Cuando alguien imprescindible se va de tu lado, vuelves los ojos a tu interior y no encuentras más que banalidad, porque los vivos, comparados con los muertos, resultamos insoportablemente banales. Ensimismado en su tarea, uno cree, sobre todo si es artista, que los demás le deben acatamiento, se erige en ombligo del mundo y desestima la contribución ajena. Pero un día adviertes que aquel que te ayudó a ser quien eres se ha ido de tu lado y, entonces, te dueles inútilmente de tu ingratitud. Tal vez las cosas no puedan ser de otra manera, pero resulta difícilmente tolerable. La imposibilidad de poder replantearte el pasado y rectificarlo es una de las limitaciones más crueles de la condición humana. La vida sería más llevadera si dispusiéramos de una segunda oportunidad.
...
Hay otro asunto que hace unos meses consideraba un juego, pero que ahora advierto que no era un juego. Algunas tardes, en las sobremesas de mediodía, ella se me quedaba mirando y, al cabo de un rato, me preguntaba: ¿Volverías a casarte si yo muriera? Yo sometía la cuestión a mi cerebro adormilado y respondía sin interés: Seguramente no, pero agregaba un poco inquieto: No debemos jugar con esas cosas. (...) Iban desfilando los nombres de las candidatas y lo que a una le sobraba le faltaba a otra: ¿No habrá alguna que reúna las virtudes de todas ellas?, preguntaba yo. La chispa maliciosa de sus ojos se acentuaba: No es eso fácil. Entonces pensaba que había iniciado la conversación para que yo la halagase y le decía: Tú eres un hallazgo; no es probable que se repita. La envanecía saber que era difícil de hallar una sustituta, pero añadía: Debes pensarlo; tú no podrás vivir sin una mujer al lado. ¿Se refería al cuerpo o al espíritu? Había una velada invitación en su voz. Trataba de seducirme. Lo hacía siempre, y siempre con extrema delicadeza.
Señora de rojo sobre fondo gris. Miguel Delibes.